29 JUNIO, 2011
El presidente Zapatero tuvo en el Debate sobre el Estado de la Nación (por cierto, estoy de acuerdo con quienes proponen cambiarle el nombre por algo menos marcial) un intercambio interesante con los portavoces nacionalistas y los de izquierda. El partido Zapatero/Rajoy fue más de lo mismo, aunque no deje de ser digno de estupefacción que Rajoy naufragase de nuevo cuando lo tenía todo de cara. Eso dice mucho de lo que nos jugamos si le confiamos el Gobierno a él y a su partido.
El presidente Zapatero tuvo en el Debate sobre el Estado de la Nación (por cierto, estoy de acuerdo con quienes proponen cambiarle el nombre por algo menos marcial) un intercambio interesante con los portavoces nacionalistas y los de izquierda. El partido Zapatero/Rajoy fue más de lo mismo, aunque no deje de ser digno de estupefacción que Rajoy naufragase de nuevo cuando lo tenía todo de cara. Eso dice mucho de lo que nos jugamos si le confiamos el Gobierno a él y a su partido.
No, lo interesante políticamente fue la réplica de Zapatero a los portavoces antes mencionados. Por primera vez en mucho tiempo vimos al presidente ofreciendo explicaciones, unas más convincentes que otras pero explicaciones al fin y al cabo, sobre las decisiones tomadas en el contexto de la crisis. Entiendo los comentarios de muchos tuiteros que calificaron a este Zapatero como el mejor que habían visto en mucho tiempo. Un reconocimiento tardío amargo porque, si le hubiera hablado a los españoles con esta claridad en televisión el 12 de mayo de 2010 por la noche, probablemente la ciudadanía hubiera aceptado en mayor grado la pócima recetada.
No fue así, Zapatero presentó sorpresivamente en el Congreso, en la mañana de aquel miércoles 12 de mayo, con gesto grave, los famosos recortes y hasta el domingo 16 no volvió a aparecer en público. Fue en un mítin en Elche, de esos que el telediario de las 3 de la tarde te presenta con el orador soltando una frase incendiaria. Entre el miércoles 12 y el domingo 16 la única comunicación política del Gobierno fue una cacofonía entre Blanco y de la Vega sobre si se le subiría los impuestos a los ricos y a las SICAV o no.
Volvamos a las explicaciones de Zapatero. Su principal argumento frente a las reivindicaciones de los portavoces de izquierda fue apelar al principio de realidad. Lo hizo ilustrándolo con ejemplos contundentes, como los sesenta mil millones de euros que España tendrá que pedir prestados a los mercados este año dado que incurrirá en un déficit del 6% del PIB. Y añadimos nosotros: si la recaudación del IRPF prevista este año es de sesenta y siete mil millones de euros, no es que haya que subir los impuestos a las rentas más altas sino que habría que multiplicarlos por dos en su conjunto. Irrealista, efectivamente.
También hizo Zapatero pedagogía sobre los mercados. Un alegato valiente cuando está tan de moda denigrarlos. El presidente recordó que los mercados no son más que el mecanismo que permite darle un uso productivo al ahorro, el ahorro de todos, no sólo el capital de los tiburones. Parecía que Zapatero hubiera leído la primera parte de nuestro documento de debate sobre la regulación de los mercados financieros donde explicamos la función social de los mismos (http://www.ganar2012.com). Por desgracia, después de reconocer que la labor de inversión del ahorro viene acompañada de prácticas especulativas nefastas y que es muy difícil disociarlas, se vio que no había leído la segunda parte de nuestro documento donde proponemos mecanismos para combatir la especulación.
Esa es la realidad. Salvo que una cosa es la realidad física (las montañas, los océanos, el clima, etc.) y otra cosa es la realidad socioeconómica, resultado de la interacción entre los seres humanos y de sus decisiones y, por lo tanto, susceptible de ser modificada por los mismos seres humanos. Con lo cual, el principio de realidad aplicado a la política y a la economía es más bien el principio de la mayor o menor posibilidad y “deseabilidad” de un cambio. Obligar a los españoles a destinar parte de su ahorro a sufragar el déficit en vez de pedirlo prestado a los mercados es un cambio relativamente fácil de ejecutar, aunque nada deseable. Suprimir la independencia del Banco Central Europeo es un cambio deseable pero harto difícil puesto que requiere la unanimidad de los Estados miembros de la UE. Decretar tasas disuasorias sobre las remuneraciones excesivas es un cambio fácil de aplicar y muy deseable. Desplegar un plan de creación de empleo como el que propondremos de cara a la Conferencia Política es complejo pero factible, además de deseable (y necesario). Y así con todas las decisiones socioeconómicas.
Todo esto nos demuestra una vez más que las decisiones políticas requieren argumentación y deliberación. No se puede resolver, por ejemplo, la cuestión de si hace falta una banca pública pidiéndola en un tweet de 140 caracteres o en una pancarta o negándola con el silencio como hacen los gobernantes. Apelar al principio de realidad sin más equivale a negar la utilidad de cualquier debate. Habrá, como hemos dicho, cambios más o menos fáciles y más o menos deseables, pero toda decisión política, ya sea de cambio como los recortes del 12 de mayo o de continuidad como la austeridad actual basada principalmente en el recorte del gasto, debe ser explicada y sometida a debate. La ciudadanía es lo suficientemente madura para entender los argumentos, lo que es factible y lo que no lo es, así como lo que va en el sentido del interés general y lo que no.
Con un añadido más: del debate pueden surgir soluciones mejores, ya sean completamente nuevas o mejorando las inicialmente previstas. Y en esta época de pensamiento único y de falta de creatividad política para articular alternativas a las soluciones neoliberales nos vendría muy bien.
El Gobierno de Zapatero ha tenido que capear la tormenta perfecta de la crisis financiera internacional y del estallido de la burbuja inmobiliaria nacional. Independientemente del éxito o fracaso obtenido, el error democrático de fondo cometido es no haber debatido en ningún momento las respuestas posibles, ni siquiera con su partido, al cual sólo le ha pedido el cierre de filas incondicional. El futuro programa del Gobierno de Rubalcaba deberá, al contrario, resultar de un amplio debate en el partido y en la sociedad. Por ética democrática y por eficacia política.