Indignados, Movilizaciones 15-M y otras denominaciones más calificativas y menos descriptivas. Con cualquiera de ellas sabemos a quienes nos referimos. Al margen de posibles análisis sobre su incidencia en los resultados electorales del pasado 22 de mayo queda claro que constituyen un movimiento que está yendo más allá y sobre el que cualquier miembro activo de la sociedad española debe reflexionar.
Para muchos volver a ver en nuestras calles y plazas decenas de miles de personas preocupadas por la política, la sociedad, el presente y el futuro, es una ventana abierta a la esperanza. Si además somos personas con vocación por la política debemos no sólo observar con detenimiento este movimiento, no sólo escuchar y atender, debemos trabajar activamente para tender puentes entre las personas que honestamente ejercemos la política institucional y representativa y las personas que participan en las movilizaciones.
Para los militantes de las agrupaciones locales y de barrio de los partidos hace tiempo que es una profunda preocupación la distancia con la sociedad. Somos conscientes de que nuestra acción política en los barrios no llega a los ciudadanos. Nos sentimos impotentes cuando nuestro trabajo en las calles pasa desapercibido para los vecinos. En el siglo XXI, no sólo es que vivamos de otra manera: encerrados en nuestras casas en los pocos ratos que pasamos en ellas, sometidos a horarios laborales larguísimos y a desplazamientos diarios fuera de nuestra ciudad de residencia. No sólo es que el tejido social que ocupa las calles esté formado sobre todo por niños y abuelos que son los que participan mayoritariamente en la sociedad. Es que el modelo individualista se ha impuesto en nuestra sociedad y nos aleja a todos, sin que seamos conscientes de ello, de los modos de participación y reivindicación colectiva: los partidos, los sindicatos, las asociaciones de todo tipo. Creo que ese desapego no es inocente, nuevo ni casual; que ha sido promovido por intereses económicos ultraconservadores que llevan décadas trabajando sobre el modelo de los políticos y sindicalistas inútiles, corruptos, vagos, tontos… que sólo merecen nuestro respeto cuando abandonan su papel institucional y se convierten en superhéroes mamporreros. Repasen la filmografía.
Ahora lo prioritario no son las causas. Lo urgente es que consigamos resolver el desencuentro entre política y ciudadanía. Los indignados tratan de mejorar la democracia y las reglas del juego en la sociedad, se preocupan y movilizan por lo colectivo. En el sentido más ortodoxo del término, hacen política. Al margen de generalizaciones injustas y frívolas, la mayoría de las personas que hacemos política militando en partidos y dedicando parte de nuestra vida a la tarea de mejorar la sociedad, estamos de acuerdo en perseguir a los corruptos, en incrementar la calidad de la democracia, en conseguir que esta profesión se dignifique para que gobiernen y nos representen los mejores, los más honestos y los más justos, para sentirnos permanentemente representados y orgullosos de nuestros representantes. Hay una enorme coincidencia. Nos une más de lo que nos separa. Tenemos la obligación de entendernos.
Leído en Diario Progresista
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