miércoles, 4 de agosto de 2010

Máquinas de obedecer, por Ignacio Camacho

Sin primarias, el sistema sufre una limitación
esencial de madurez
en sus mecanismos representativos


UNO de los males endémicos de la democracia española es que el funcionamiento de los partidos que la administran es ajeno a las reglas que rigen para el sistema. Son máquinas de obedecer dirigidas por dispositivos jerárquicos y verticales que se perpetúan mediante un ejercicio estrictamente autoritario; sólo en caso de graves crisis internas se producen episodios de catarsis por lo general tan excepcionales como efímeros. El único avance real que se ha producido en los últimos quince años contra esa esclerosis, que fueron las primarias del PSOE, ha pasado a mejor vida entre estertores de arrepentimiento. Y lo peor es que son los ciudadanos quienes priman este mecanismo de obediencia, interpretando como signos de fraccionamiento y debilidad orgánica cualquier atisbo de autonomía funcional o de contraste de proyectos.
Ni siquiera Zapatero, que alcanzó la dirección socialista en un congreso abierto, se ha mostrado permeable a la continuidad de ese saludable impulso regenerativo. La democracia deliberativa es un mantra teórico que adorna sus discursos y desaparece de su praxis política. Las primarias para elegir candidatos han sido barridas por el tradicional dedazode la cúpula ejecutiva. A la estela del líder máximo, el andaluz Griñán —designado él mismo por pura cooptación— también las ha suprimido en Andalucía, en cuyas capitales el PSOE tiene escasas o nulas posibilidades de triunfo; prefiere perdedores sumisos antes que alternativas fuera de control. Y en Madrid, el gran agujero negro de la socialdemocracia, el presidente sólo desembarca cada cuatro años para elegir con mucha solemnidad uno o dos aspirantes a la derrota, a los que luego hace ministros para compensar su buena disposición. Esta vez se ha topado con un insumiso, Tomás Gómez, decidido a perder por sus propios méritos, y todo indica que lo va a laminar con un desembarco de paracaidismo. Si va Trinidad Jiménez a la Comunidad o Jaime Lissavetsky al Ayuntamiento, la Administración prescindirá de dos buenos gestores que no le sobran y Madrid ganará una diputada o un concejal de oposición perfectamente excusables. Pero se trata de mantener el principio de autoridad incluso a la hora de equivocarse .
Las cosas no son mejores en el PP, cuyo último congreso aprobó una suerte de primarias que la dirección no piensa ejecutar de ningún modo. No es difícil sospechar que en una elección abierta de los militantes Rajoy pudiera exponerse a una sorpresa. Como le sopla el viento de cara tendrá pocas dificultades para solventar el trámite por aclamación evitando cualquier eventual desgaste interno. Pero el problema no es de los partidos sino del sistema, que sufre una limitación esencial de madurez en sus mecanismos representativos. Y de los ciudadanos, que nos conformamos con elegir entre un menú cocinado por aparatos de poder cerrados alrededor de sindicatos de intereses.

Leído en ABC

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