Gana la democracia, pierde el aparato
No hay dedo ni encuesta ni plataforma mediática capaz de contrarrestar la fuerza de los votos. El resultado de las primarias celebradas ayer es en primer lugar una lección democrática. La mayoría de los militantes socialistas de Madrid ha decidido que el nombre de su candidato no coincida con el que apoyaba el núcleo del aparato federal del partido. Será Tomás Gómez quien se enfrente a Esperanza Aguirre, y no Trinidad Jiménez, la candidata preferida por el propio Zapatero tras asumir la propuesta de José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba. Ambos argumentaron que las encuestas colocaban a la ministra de Sanidad en mejor posición para arrebatar al PP el Gobierno de la Comunidad.
La negativa de Gómez a ceder el paso y la renuncia de Zapatero a imponer el dedazo desembocaron en unas primarias con una altísima participación. Pensar que la victoria de Gómez se deba a su influencia interna como secretario general del PSM sería negar el peso de múltiples factores que inclinan la libre decisión de un militante. Es evidente que su acto de rebeldía contra quienes controlan el aparato federal le ha granjeado una notoriedad que no tenía y unas simpatías con las que no contaba. Pero además Gómez ha hilvanado un relato, un discurso político propio frente al supuesto valor supremo de las encuestas o la eficacia de los padrinazgos. Ha seguido el camino que el propio Zapatero marcó en 2000, cuando rompió los soberbios augurios del oficialismo de entonces.
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