Se hace muy difícil reflexionar sobre la política andaluza, encontrarle un argumento propio, un lugar al sol en un escenario político en el que cada vez cuentan menos las ideas y más la dramatización de los conflictos. Resulta difícil hablar de política andaluza sin caer en una simple transposición de la política estatal. Es complicado realizar un análisis de la crisis en nuestra comunidad que no pase por dibujar con trazos más negros las cifras del paro, el peso de la construcción o la falta de perspectivas para nuestros jóvenes.
La política andaluza languidece como la dama de las camelias, entre el abandono de sus admiradores y el silencio de sus antiguos amigos. Los medios de comunicación con vocación andaluza se las ven y se las desean para editar informaciones que no sean estrictamente locales o de sucesos y el desinterés hace subir las acciones de los que pregonan la vuelta a los tiempos del centralismo de tan triste memoria para Andalucía.
En unos momentos en que es tan necesario discutir el modelo de desarrollo de nuestra comunidad, el papel de la ecología, la organización de los servicios públicos y las apuestas por el futuro, los únicos debates que han adquirido cierta presencia son un decreto de organización del sector público de la Junta de Andalucía o el recorte de inversiones para tal o cual provincia o comarca. Desolador.
El proyecto de Griñán suscitó en sus inicios un modesto interés porque parecía traslucir un nuevo modelo de Gobierno andaluz más transparente, menos clientelar y con una vocación socialdemócrata de dotar de un fuerte impulso a los servicios públicos. Sin embargo, con el transcurso de los meses se ha puesto de manifiesto la falta de impulso político. Muchos de sus consejeros y consejeras son personas eficaces, trabajadoras e incluso con un punto de ingenuidad política dignas de mejores tiempos, pero en los momentos presentes carecen de tirón político y se inclinan peligrosamente a una gestión tecnocrática muy lejanos de la realidad y de los problemas de la ciudadanía. Parecen obsesionados con detalles secundarios de su gestión, como la organización interna de la Administración pública, mientras que en temas tan sensibles como el empleo, los servicios públicos o la ecología nunca se saben si suben o bajan ya que un día se declaran fervientes ecologistas y al siguiente, se inclinan por un desarrollismo sin cortapisas. Por su parte, las consejerías de mayor calado político, guardan un inexplicable silencio, como si estuvieran a la espera de tiempos mejores o sufrieran un pánico escénico insuperable.
Algunos destacados dirigentes socialistas han afirmado que la dimisión de Rafael Velasco no desata ninguna crisis en el partido gobernante, y es verdad, porque desde hace meses el PSOE parece encontrarse en estado de shock permanente. Habitualmente Griñán aparece solo en escena, mientras que el resto de sus actores han perdido el guión o se escabullen entre las bambalinas. Parecen deambular por Andalucía, sin conexión con los problemas reales e instalados en una duda hamletiana que les atormenta: ¿ganará Arenas, como pronostican las encuestas, las próximas elecciones autonómicas o es imposible que el PP gobierne en una comunidad con tanto arraigo de izquierdas como Andalucía? Como si la respuesta no dependiese de sus actos y se encontrara oculta en no se sabe qué recóndito escondrijo de nuestra geografía. Como dijo el poeta: ¿Y tú me lo preguntas? Depende de lo que se haga aquí y ahora; de concretar proyectos que vuelvan a dar sentido a la autonomía andaluza y demuestren su utilidad para luchar contra la crisis y alentar la esperanza de un porvenir para nuestra tierra. De momento, es aterrador escuchar cómo el médico pregunta al enfermo si la operación saldrá bien
(Publicado en El País, 30/10/2010)
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