JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA
Es verdad que algunos lo dijeron con antelación: si Trinidad Jiménez pierde las primarias, eso tendrá consecuencias para Zapatero. Unos lo dijeron como una amenaza, otros como un consejo. Las consecuencias fueron expuestas con claridad: si ganaba Tomás Gómez, Zapatero quedaba desautorizado. ¿Cuál era la orden de Zapatero? ¿Que se hicieran primarias o que se votara a Trinidad Jiménez? A mi parecer, la orden es que se hicieran primarias en Madrid, y resulta evidente que la organización cumplió la orden del secretario general. Que se votara a Jiménez era la expresión de una opinión, de una preferencia, pero no fue una orden. Al menos así lo entendimos la casi totalidad de los socialistas.
Hay quienes dicen que una vez que un líder expresa su opinión, tener otra distinta es desautorizarlo. Así que, según ese planteamiento, una vez que Zapatero expresó su preferencia, las primarias quedarían convertidas en un fingimiento, un puro teatro para dar legitimidad democrática a las preferencias del jefe. Si cada vez que el líder del partido hablara, si cada vez que expresara una posición, sus compañeros lo entendiéramos como una orden, nos encontraríamos en una situación parecida a la del rey que convertía en oro todo lo que tocaba. ¿Cómo serían los procesos de deliberación en la dirección del partido? ¿Cómo se formaría su propia opinión de líder de la organización? Si la democracia es un régimen de opinión, y las opiniones del líder quedan convertidas en órdenes nada más salir de su boca, nos encontraríamos ante un verdadero absurdo. Un absurdo que no forma parte ni del pensamiento ni de la práctica del presidente Zapatero.
Es posible que alguien aduzca que lo que debe hacer el líder es omitir su opinión y que la exprese al final de la deliberación, lo cual excluye la opinión del líder sobre este proceso. Hemos visto en el proceso de primarias que acaba de terminar cómo daban su opinión desde los militantes que tenían que tomar su decisión hasta los columnistas y tertulianos situados en las antípodas políticas del PSOE; no entiendo por qué razón el líder del partido no iba a poder dar su opinión a los compañeros. ¿Por qué debería escuchar las de todos y no dar la suya, salvo por la peregrina idea de que el líder sólo puede dar órdenes y no opiniones?
Se preguntaba Lenin cuánta democracia es capaz de tolerar una organización. Claro que Lenin no era un demócrata, al menos eso es lo que pensamos los socialistas del PSOE desde 1920. Sin embargo, Lenin ha encontrado sorprendentemente seguidores, en especial entre la derecha, aunque no sólo. Es una idea extendida que democracia y eficacia están reñidas. Para los teóricos del pluralismo lo que hace democrática a una sociedad es la competición política entre distintas organizaciones. Lo que ocurra en el interior de esas organizaciones no parece preocuparles.
Si la voluntad cotidiana de la nación se forma a partir de la deliberación y votación de todos sus parlamentarios, ¿cómo se forma la voluntad de los grupos parlamentarios? En el caso que mejor conozco, que obviamente es el del grupo socialista, la voluntad del grupo se forma en una serie de deliberaciones internas regladas y no regladas que culminan en la reunión plenaria del Grupo Parlamentario. En mi experiencia de diputado a lo largo de las dos últimas legislaturas he participado en reuniones en las que había un consenso inicial y en otras en las que alcanzamos el acuerdo al final de la deliberación. Porque lo cierto es que en los partidos, como en los países, ni todos estamos de acuerdo, ni siempre estamos de acuerdo. La diferencia estriba en cómo resolvemos nuestros desacuerdos.
La vida entera está llena de discrepancias, debatimos incluso con nosotros mismos. También en el seno de los partidos tenemos posiciones diversas y, en ocasiones, encontradas. Sin embargo, está bastante extendida la idea de que la expresión de los desacuerdos debilita a las organizaciones políticas. No obstante la experiencia en sentido contrario es larga. Pericles se enorgullecía de las victorias de la Atenas democrática frente a otros pueblos, aunque el precio de las libertades propias de la democracia sea que “ocasionalmente los ojos del enemigo han de sacar provecho de esta falta de trabas”.
Los demócratas griegos de la antigüedad sabían que no merecía la pena sacrificar la ventaja estratégica de la democracia a las ganancias tácticas que pudieran obtener con el sacrificio de sus libertades. Como en la Grecia clásica, en los partidos políticos actuales siempre hay quienes están dispuestos a sacrificar la democracia interna para no dar una ventaja táctica al adversario, también es verdad que siempre encuentran entusiastas partidarios entre los mismos que verán sacrificadas sus libertades. Y, cuando consiguen que sus partidarios sean mayoría, llevan a sus organizaciones a la decadencia. Quizá porque entonces ocurre lo que decía el poeta Juvenal: “Y para ganarte la vida, perdiste el sentido de vivir”. Porque nada anima más a la defensa de nuestros valores que poder vivir de acuerdo con ellos.
Que un dirigente de la derecha diga que los militantes socialistas, en el ejercicio de su libertad, ponen en riesgo el liderazgo del presidente del Gobierno, es coherente con la concepción de la democracia del Partido Popular y de una parte importante de la derecha española. También es coherente con la forma en que fueron elegidos Mariano Rajoy y José María Aznar, pero no es coherente ni con la concepción de la democracia de los socialistas, ni con la forma en que fue elegido José Luis Rodríguez Zapatero, ni con lo que representa su liderazgo. No se puede medir el liderazgo de Zapatero con la vara de medir de los liderazgos de la derecha española. El liderazgo de Zapatero es fuerte no sólo porque puede soportar la democracia interna, sino porque la garantiza.
José Andrés Torres Mora es diputado y miembro de la ejecutiva federal del PSOE
Ilustración de Patrick Thomas
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