Lo que diferencia a las plataformas de otras formas de organización que defienden intereses colectivos es su limitación espacio-temporal, la fuerte especificidad de la causa contra la que surgen, y una organización sin jerarquía que no excluye los liderazgos. Hoy por hoy, el movimiento ciudadano organizado en plataformas es la forma mas desinteresada y altruista de defensa del interés común. Es al doblar la esquina de la calle –de nuestra calle– cuando los ciudadanos y las ciudadanas nos sentimos afectados por las decisiones del poder político condicionadas por la todopoderosa razón económica.
Las plataformas ciudadanas son la antítesis de los colegios profesionales, no se parecen en nada a los sindicatos, sean estos corporativos o de clase, y no se deben a ningún partido político aunque algunos intenten siempre capitalizar estas formas efímeras de organización social (a veces no tan efímeras). La crítica que mas les llueve es precisamente la de responder a intereses partidistas. Aunque son los partidos, los dos grandes sobre todo, los que practican su ninguneo con no pocas muecas públicas de desprecio.
En lo que se parecen todas las plataformas ciudadanas entre sí es en la raíz ambiental de las causas que defienden. La apropiación del territorio, del aire, del agua, de los recursos naturales, que, no lo olvidemos, son nuestra condición de posibilidad como especie sobre el planeta, por grupos con intereses crematísticos, está en el origen de estos movimientos ciudadanos. Los problemas medioambientales derivados de proyectos o actuaciones urbanísticas son, así, los que levantan mas sensibilidad. Por tanto, aunque las plataformas en general no tengan conciencia de que su causa lucha contra un modelo económico desarrollista, están del lado de la ecología.
El afloramiento de esta verdadera sociedad civil organizada, que lucha por un medio ambiente de calidad en su entorno más próximo y contra los intereses especulativos que se funden con los políticos, pone de manifiesto dos cosas. La primera, la incapacidad de los partidos de siempre para atacar de raíz la enfermedad degenerativa que padecemos, esto es, la negación de la participación ciudadana mas allá de los procesos electorales. Falta democracia real. La segunda, la centralidad del urbanismos destructivo en el modelo económico en que estamos insertos, y la adoración de la clase política de sus ofertas megalómanas sustentadas por el mito de que crecimiento económico es igual a desarrollo humano. Conceptos ambos que representan de facto una antinomia.
Hasta ahora, estos movimientos sociales no han decidido el voto hacia ningún partido, las causas ecologistas urbanas no han sido determinantes, y es que falta tejer la red entre ciudadanía activa y compromiso político. Movidas por un interés de proximidad, legítimo, no advierten la relación entre modelo económico, corrupción política, déficit democráticos y la causa que les afecta. En tiempos de deslegitimación de la política la tarea es complicada, pero el contexto socioeconómicos es favorable.
(Copiado de Paralelo 36 Andalucía)
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