miércoles, 19 de junio de 2013

El corazón de la ciudad romántica. Por Julio Malo.

Hemos mitificado al Cádiz del XVIII que, pese a su valor estratégico, era una ciudad incómoda por su abigarrada densidad, la escasez se espacios públicos, los oscuros y estrechos callejones entre altas tapias conventuales y un cierto tufo a prisión vigilada por el ejército de la Corona que ocupaba: murallas, fuertes, baluartes y minas subterráneas. Más aún durante la decadencia que se desencadena desde mediados del siglo, por más que durante ese periodo que se extiende al Cádiz de las Cortes floreciera una singular riqueza cultural. Una vez superados una serie de conflictos bélicos como la Batalla de Trafalgar (1805), el Sitio de Cádiz (1810-1812) y la Batalla del Trocadero (1823), y al hilo de una importante prosperidad por la repatriación de capitales indianos, acompañada del florecimiento de ideas y leyes progresistas como la Desamortización, la ciudad se despeja y renueva. La demolición de conventos y el paulatino levantamiento de las servidumbres militares permiten que, tal como una mariposa se libera de su crisálida, la ciudad del XIX se dote de jardines y plazas, y recupere la mar aupándose sobre esa muralla que antes la encerraba y desde entonces la define y ensalza.
A partir de 1830 y a través de una serie de operaciones pioneras de reforma urbana, Cádiz se va a dotar de múltiples plazas y agradables paseos; es la ciudad romántica que aún podemos disfrutar. Tal vez un recomendable paseo por su corazón vivo nos va a permitir reconocerla mejor. Comencemos en La Corredera, antigua Ágora abierta a los muelles a través de la desaparecida Puerta del Mar, lugar de encuentro de los ciudadanos y centro de la actividad mercantil y política. Dejando el monumento a Segismundo Moret, recién devuelto a un lugar próximo a su primera ubicación, la calle Nueva, eje de negocios de la ciudad moderna que a finales del XVII sustituye a Sopranis con la misma lógica: casas de comerciantes con almacenes hacía los muelles y locales en la nueva vía comercial. A partir del cruce con la calle Cristóbal Colón de bellas casas barrocas, la Calle Guanteros, hoy San Francisco, donde sobrevive Casa Durán abierta en 1906, y pasada la Plazuela de las Nieves, desafortunadamente por poco tiempo ya, la Librería de la Marina en los bajos de un coqueto palacete isabelino con hermosos cierros. Más allá San Agustín con la Iglesia Convento parte del cual se desamortizó para instalar el primer Instituto de Bachiller de la ciudad. Finalmente la acogedora plaza de San Francisco con ese toque parisino que el nombre de sus establecimientos parecen reivindicar. Por el callejón del Tinte se puede tomar la calle Sagasta en la esquina que presenta una de las casas románticas más bellas, la de los Cuesta con sus elegantes cierros de antepecho bulboso. Y en calle Ancha, entre un repertorio de invariantes del eclecticismo decimonónico, la Asociación de la Prensa, en cuyo Salón de Actos, obra del arquitecto Fernando Visedo, el próximo jueves día 20 presento el libro de Ediciones Mayi, ‘Cádiz: Un Paseo, A Journey’, en el cual se relatan con profusión las pistas que hemos venido desgranando en éste y anteriores artículos.

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