domingo, 21 de julio de 2013

Un faro en Cádiz con luces de colores por Rafael Garófano

Un faro en Cádiz con luces de colores

Los cuatro faros conocidos de la ciudad han estado situados en la isleta de San Sebastián En el dibujo general de la capital gaditana de 1513 se representa en pequeñas dimensiones una torre
RAFAEL / GARÓFANO | Diario de Cádiz 

LOS faros conocidos de Cádiz, de los que tenemos imágenes, han estado situados en la isleta de San Sebastián y han sido cuatro. Aunque podrían ser cinco, si creemos que el dibujo que apareció en las excavaciones de la factoría romana de salazones (hoy en el museo), con forma de torre escalonada y resplandores en la cúspide, era la imagen de un faro real existente en Cádiz y, por qué no, también situado en la isleta de San Sebastián. Por no referirnos a las imágenes de los grabados que, basados en leyendas, representan una enorme torre, rematada por una resplandeciente figura dorada, que señalaba a los navegantes la situación de nuestra bahía. 

Aunque ya en el dibujo general de la ciudad de Cádiz de 1513 se representa en muy pequeñas dimensiones, la primera imagen nítida de una torre en la isleta de San Sebastián la tenemos en el grabado del alemán G. Hoefnagel de 1564. Una torre, que había sustituido a una anterior ya medio arruinada, que los venecianos construyeron a la vez que la ermita a San Sebastián, hacia 1457. Pero un gran temporal, en 1587, echó abajo la mayor parte de esta torre, que ya aparecía resquebrajada en el grabado de Hoefnagel. Teniéndose información de que sobre ella, en un capitelillo en forma de linterna, al caer la noche se hacía un pequeño fuego de alquitrán o de leña, que era la señal para que se encendieran otros, en la torre de la almadraba (en Torregorda) y en las sucesivas atalayas distribuidas por la costa hasta el estrecho de Gibraltar. Si se descubrían barcos enemigos "se disparaba una pieza de artillería, tantas veces cuantos baxeles descubra y si era de día además se hacía la seña con ahumadas". 

Poco después comenzó la reparación de la torre, pero el mal oficio del alarife que dirigió la obra hizo que volviera a caerse cuando ya estaba casi terminada. Una circunstancia que explicaría el que cuando en 1596 se produjo el asalto anglo-holandés a Cádiz, se dijese que, en aquel momento, la torre no estaba en condiciones para soportar piezas de artillería. En 1598, Agustín de Orozco decía que estando la torre medio derribada "aún sirve para hacer atalaya y fuegos". 

En 1612, bajo las órdenes de Juan de la Fuente Hurtado, se edificó una sólida torre de nueva planta, dentro del plan de torres atalayas de Felipe II para las costas de Andalucía, colocándosele un gran farol en lo más alto. Sus funciones militares y de señalización naval eran demasiado importantes para una ciudad como Cádiz, siempre oteando el horizonte esperando las gracias del nuevo mundo o las desgracias de los ataque enemigos. En 1706, el francés Labat, describiendo las defensas militares de la ciudad, decía que, al final de una fila de rocas "hay una torre para descubrir el mar con una linterna o fanal para servir de guía a los barcos por la noche". 

Años después, en 1766, esta torre sufrió una reforma tan importante que podemos decir que se construyó una nueva torre, con un diámetro similar a la anterior (18,39 m), gran solidez de muros (5,85 m) y casi el doble de alta (38,50 m), con capacidad para soportar piezas de artillería y con una potente linterna. Esta torre, construida según proyecto del ingeniero militar Antonio Gaver, es la torre que podemos admirar en el modelo a escala que, entre 1777 y 1779, realizaron artesanos gaditanos para Carlos III bajo la dirección del ingeniero militar Alfonso Jiménez (la maqueta de madera de la ciudad que se expone en el Museo de las Cortes de Cádiz). Una torre que registraron los primeros fotógrafos a partir de 1862 y que, a su vez, se convirtió en privilegiada atalaya fotográfica para captar la vista panorámica de la ciudad. Magnífica torre-faro derribada por orden militar durante la guerra de Cuba, en 1898, por la ocurrencia de que podía ser una referencia para los navíos norteamericanos cuando viniesen a bombardear Cádiz. Circunstancia por la que la ciudad y la bahía se quedaron sin torre marítima hasta que en 1813 se edificó "la cuarta torre", en este caso de estructura metálica y luz eléctrica, que es la que ahora cumple cien años con el desafecto de los gaditanos, que, en mi opinión, como en ella no se puede ni entrar ni subir, más que como simbólico falo paternal del que sentirnos comúnmente orgullosos, siempre se ha visto como un frío "instrumento mecánico" que no merecía… ni ser citado poéticamente en las coplas de carnaval (prueba irrefutable). 

Pero antes que esto ocurriese, en 1887, la ciudad de Cádiz emprendió un proyecto extraordinario: hacer una Exposición Marítima Internacional, con la que demostrar a la sociedad española y al gobierno que las poblaciones de la bahía tenían condiciones y capacidades, industriales y comerciales, para ser la sede de unos grandes astilleros privados (si se le daba la concesión para construir los tres cruceros que la marina española necesitaba). La sociedad gaditana, las administraciones públicas y las entidades privadas, se volcaron al unísono para preparar los terrenos y edificar los pabellones de la exposición en la zona de la Punta de la Vaca y la antigua dársena Lacaissagne (donde hoy, aproximadamente, se sitúan los astilleros). Pero además de siete grandes pabellones militares, industriales, artísticos y comerciales, cafeterías y restaurantes, se levantaron dos potentes elementos marítimos tan decorativos como simbólicos: Una especie de tribuna para la música, en medio de la plaza de la marina, imitando el puente de un buque con toda su arboladura y una torre-faro, obra de la Compañía Trasatlántica. Una torre de algo más de dieciséis metros de altura, construida con carbón piedra, armazón de madera y una escalera interior de caracol que permitía subir al público a la lucerna de cristales de colores que, con un potente foco eléctrico, se iluminaba al anochecer. Algo de esto, pero más espectacular y engarzado con la historia, pensé yo, ingenuo, que se haría cuando se hablaba del Faro de las Libertades en el castillo de San Sebastián, con motivo del bicentenario de la Constitución de 1812. 

El faro de la Exposición Marítima de 1887, tan efímero como la exposición de la que formó parte, fue registrado por el fotógrafo gaditano Rafael Rocafull. Unas imágenes fotográficas que, "pasadas" a grabados (la fotomecánica estaba aún en sus albores), fueron impresas y publicadas por las mejores revistas ilustradas de la época. No obstante, hace poco he conseguido una pequeña colección de fotografías estereoscópicas sobre aquella exposición, realizadas por un anónimo aficionado, en una de las cuales se capta íntegramente aquel faro tan original y bonito como poco conocido.

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