martes, 30 de julio de 2013

Cádiz Ilustrada lamenta la pérdida irreparable de edificios protegidos

La dejación que lleva a la ruina a estas fincas y su posterior derribo supone un incumplimiento de la Ley de Patrimonio Histórico Andaluz
CÁDIZ. 30/07/2013. La asociación para la salvaguarda y difusión del patrimonio Cádiz Ilustrada lamenta la decisión de las administraciones públicas que está llevando a la pérdida irreparable de edificios protegidos. En los últimos tiempos, la entidad ve con preocupación las órdenes de derribo que están llevando a la destrucción de patrimonio que, previamente, había sido protegido tanto por el presente Plan General de Ordenación Urbana como por el Catálogo General de Bienes Inmuebles de Andalucía.
En este sentido, desde Cádiz Ilustrada se recuerda que los propietarios de estos edificios, en virtud de lo que establece la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía de 2007, tienen la obligación de garantizar la correcta conservación de los mismos. Por ello, la asociación se muestra contraria a la práctica que está llevando al abandono de estos edificios para posteriormente justificar demoliciones que, en todo término, tenían solución de haberse tomado las medidas oportunas de conservación.
Así, desde Cádiz Ilustrada se ve con preocupación y pesar que se estén perdiendo fincas históricas del casco antiguo, protegidas por el PGOU, pese a que en dicho documento se contempla la especial garantías que deben tener estos edificios. Es el caso también, del triste caso de la Escuela de Náutica. Un edificio que se pretende derribar pese a ser una interesante muestra del primer racionalismo y ejemplo de la arquitectura contemporánea de calidad. En este caso, dicho edificio se encuentra protegido por el Catálogo General de Bienes Inmuebles de la Junta de Andalucía.
Por todo lo anterior, desde Cádiz Ilustrada se hace un llamamiento a la coherencia y la legalidad para las administraciones públicas. No es de recibo que las mismas instituciones que salvaguardan los edificios sean las mismas (aunque en diferentes consejerías o delegaciones) que posteriormente decidan derribarlo. De sus decisiones, que deberían ser ejemplarizantes para el resto de propietarios de bienes culturales, depende la conservación de un patrimonio que la ciudad de Cádiz no se puede permitir el lujo de perder.

El Sur también existe por Julio Malo de Molina

Sostenía Fiedrich Nietzsche: “Tenemos necesidad del Sur a cualquier precio. Necesitamos acentos limpios, inocentes, alegres, felices y delicados”. No consta que el poeta y filósofo alemán (1844-1900) visitara Cádiz pero sí ciudades análogas, como Siracusa y La Valetta. Mucho se habla acerca de los parecidos entre Cádiz y la ciudad siciliana, pero más semejanzas podemos encontrar con la capital del Archipiélago Maltés, ombligo del Mediterráneo y origen de los vientos, donde a punto se frustra la Odisea de Homero, a causa de la pasión de Ulises por la ninfa Calipso. La ciudad fundada por marinos fenicios se sitúa en la bocana de una ensenada, protegida por sillares que proceden de sus propios roquedales, como la ostionera que configura nuestra “murallita real”. Cádiz se levanta sobre los restos que deja el Guadalete cuando durante la glaciación de Würn abre un amplio estuario, el archipiélago formado por tres plataformas rocosas que los geógrafos griegos reconocen como: Erytheia o Isla Roja, Kontinousa o Isla de los Acebuches y Antipolis o Isla del León. Hemos recorrido en estos textos la fortaleza marina y tal vez interese también pasear hacía el sur, a lo largo de la barra arenosa en forma de cola de cometa configurada cuando se cierra la laguna gaditana, pues al calentarse el clima el río baja pleno de cargas aluviales que deposita entre las plataformas rocosas.

El Frente de Tierra, al sur de la ciudad amurallada tuvo distintas configuraciones: la medieval, la del XVII, y el Baluarte que construyen los ingenieros militares de Carlos III a base de un complejo sistema de glacis, muros y contraminas que hoy sólo puede verse en la maqueta de 1777 tal como se conserva en el Museo de las Cortes. Quedan unos restos que parecen el acceso a un parque temático, con esa torre cuyas garitas no aguantarían una carga de artillería. Funciona como charnela entre dos barrios yuxtapuestos, el Cádiz Intramuros y Puerta Tierra que comienza a urbanizarse cuando se levantan servidumbres militares que controlaban ese territorio del sur, lo cual permite la implantación en 1906 de la línea de tranvías desde el centro antiguo de Cádiz hasta San Carlos y la Carraca, que enlaza antiguos arrabales con nuevos lugares de residencia y recreo: El Transwaal, las Tres Marías, Vista Hermosa y el Balneario de la Victoria. Un modelo de ciudad lineal maltratada por desarrollos inmobiliarios durante los años sesenta y setenta, que han afectado a importantes restos arqueológicos, como las necrópolis púnicas de Punta de Vaca y Santa María del Mar, el acueducto romano; y las Baterías de Primera y Segunda Aguada. El soterramiento ferroviario y el nuevo puente sobre la Bahía alteran esta morfología lineal que se apoyaba en tres elementos. La Avenida, el tranvía y el ferrocarril. Queda un paseo mágico que debemos recomendar al visitante, el que se puede recorrer al menos parcialmente desde La Caleta hasta el Castillo de Sancti Petri en cuyo lugar se levantaba el templo al Melkart de los fenicios y al Hércules romano. Magnífico litoral a poniente y al infinito océano siguiendo la Vía Augusta cuyos sillares aún pueden reconocerse en el tramo conocido como Playita de las Mujeres.


JULIO MALO DE MOLINA_YESWEAREcreativelab_javiereina_0001

domingo, 28 de julio de 2013

Cádiz. Patrimonio urbano

«Para Cádiz es mejor un rascacielos de 30 plantas que varios bloques de 12»

28.07.13 - 00:41 -

Escuela de Náutica. Cádiz
A diario pasamos junto a verdaderas obras de arte que nuestros ojos se empeñan en no mirar. Son joyas arquitectónicas cuya virtud sólo está al alcance de los expertos en técnicas constructivas o corrientes artísticas, pero que el ciudadano de a pie ha hecho suyas a base de usarlas, en el mejor de los casos, o de cambiar de acera para evitar que se le caiga un trozo encima en el peor. Es difícil valorar lo que no se conoce y por eso es bueno recurrir a los que saben para que pongan las cosas en su sitio, en su medida y en su momento. El decano del Colegio de Arquitectos de Cádiz, Víctor Manuel Gómez, ve la ciudad con otros ojos, con los ojos del que mira y comprende. Por eso hay que hacerle caso cuando advierte de la importancia que tiene cuidar un patrimonio, el más reciente, el del siglo XX, al que no se le ha prestado en los últimos años la atención y el cuidado necesarios.
Los ejemplos más llamativos son los de dos edificios que parecen tener sus días contados: El Olivillo y la Escuela de Náutica, ambos en el entorno de la playa de La Caleta, con un estado de conservación penoso y unas perspectivas poco halagüeñas. Víctor Manuel Gómez destaca algunas de las virtudes de estos edificios. Respecto a El Olivillo, un edificio que se concibió en principio para acoger viviendas y que más tarde se adaptó para darle un uso sanitario, explica que tiene el mérito de haberse integrado perfectamente en el entramado urbano, con una escala que encaja a la perfección con las construcciones cercanas. Eso, además de ser «un edificio que responde a una arquitectura moderna, del más puro estilo racionalista y en el que destacan sus vuelos y la disposición de sus huecos». El edificio fue levantado en 1949 por Rafael Hidalgo y Antonio Sánchez Esteve, uno de los grandes referentes de la arquitectura contemporánea en Cádiz.
Y un valor mayor si cabe tiene el edificio colindante de la Escuela de Náutica. Construido en 1970 por José López Zanón y Luis Laorga Gutiérrez, fue un inmueble «absolutamente moderno para su época», además de responder perfectamente al uso con que se concibió y quedar plenamente integrado en el entorno. En su Guía de Arquitectura de Cádiz, Juan Jiménez Mata y Julio Malo de Molina se refieren a él como una «impactante edificación, de una modernidad ecléctica, que evoca recursos expresivos del primer racionalismo y se implanta con acierto en una relevante posición». Pero todo esto parece no ser suficiente para garantizar la pervivencia de ambos edificios, que dependen de las decisiones de futuro de la Junta de Andalucía.
Pero estos son sólo algunos ejemplos de actualidad. En la ciudad hay otros muchos edificios contemporáneos con un valor que se apreciará con el tiempo, e igual que ahora los grupos de turistas se paran ante las casas palacio de los siglos XVII y XVIII, con sus fachadas recargadas, sus balcones barrocos y sus torres miradores -con estéticas que responden a las necesidades constructivas del momento y que en algunos casos serían apreciadas con escandalosas muestras de desaprobación por parte de los gaditanos de la época-, se convertirán en referente arquitectónico, pero sobre todo en testigos y muestras de la historia de la ciudad. Ese es justo uno de los grandes méritos de una ciudad con nulas posibilidades de expansión como Cádiz, según comenta el decano de los arquitectos de la provincia, «el haber sabido conjugar y mantener muestras de la arquitectura de cada época histórica por la que ha pasado, desde la fenicia a la actualidad». Algunos de esos inmuebles que darán cuenta de lo que fuimos son, por citar sólo algunos, el edificio de Correos, el de Telefónica en la calle Ancha, el de Transmediterránea en la avenida Ramón de Carranza, la Ciudad del Mar en Puerto América, el Balneario de la Palma, el edificio de los históricos almacenes Hermu (en la esquina del Palillero y Columela) o el cercano edificio del Cine Municipal.
Pero no sólo en el casco histórico hay edificios de gran valor arquitectónico. También en extramuros, donde pueden pasar aún más desapercibidos, hay importantes ejemplos de la excelencia constructiva del siglo XX. Ahí están el Instituto Drago, el Pirulí, la torre de tendido eléctrico de Puntales, el Edificio Asdrúbal, la Iglesia de San Severiano o la espectacular Casa Grosso en Bahía Blanca. Por el momento, todos estos ejemplos tienen un valor y un mérito que garantizan su pervivencia, y es que son construcciones vividas, con uso. Esto, según el decano de los arquitectos, es la mejor forma de protección, más allá de aparecer en un catálogo o de tener un grado de protección en el Plan General de Ordenación Urbana.
En ese punto detiene su atención Víctor Manuel Gómez. «Hemos atravesado distintas épocas en las que ha habido obsesión por protegerlo todo y otras en las que las administraciones se han desentendido de sus deberes de conservación por completo. Y en el término medio está la virtud. Los arquitectos tenemos un principio, y es que no nos gusta derribar nada. Pero para las ciudades como Cádiz las únicas posibilidades de regenerarse son la rehabilitación y la sustitución de unas piezas por otras. La clave, lo que dice si esas piezas nuevas son buenas, es la integración que se consiga en la ciudad».
Por supuesto, Gómez considera que hay edificios, que aún teniendo cierto grado de protección en el PGOU de Cádiz, son sustituibles. Es el caso de uno de los que han levantado polémica en las últimas semanas, el inmueble de la calle Cruz, 11, donde Procasa prevé levantar otro edificio para viviendas. «Es el ejemplo de una construcción que no tiene valor como para estar protegida». De igual forma, está convencido de que no se pueden solucionar conflictos de conservación, como el de la Escuela de Náutica, obligando a mantener las fachadas y dejando hacer por dentro todo tipo de actuaciones. «Un edificio es lo más parecido a una persona. Su estructura es como nuestro esqueleto, y su fachada es nuestra piel. No se entiende una cosa sin la otra. Esos edificios deben tirarse o mantenerse con todas sus consecuencias, porque la piel que tiene ese edificio responde a su estructura y a su uso», comenta.
Mucho se ha hablado en los últimos años de los hitos que el Ayuntamiento de Cádiz contemplaba construir en la avenida Juan Carlos I. Varias torres para oficinas y viviendas de gran altura que se convertirían en referentes dentro del urbanismo de una ciudad que a lo largo de su historia, con desafortunadas excepciones, ha sabido mantener una uniformidad bastante llamativa.
En estos momentos parece que los proyectos están aparcados, básicamente, por que la situación financiera no invita a las empresas del sector constructivo ni a las administraciones públicas a embarcarse en grandes inversiones. No obstante, el PGOU contempla la posibilidad de que se levanten en algún momento y es una opción que los profesionales de la arquitectura ven con buenos ojos.
Víctor Manuel Gómez es partidario de este tipo de grandes edificios, pero con un condicionante: «que estén bien integrados en la ciudad y no causen problemas». Con ello se refiere a que no tiene sentido levantar un gran edificio de viviendas si no se rodea de espacios de esparcimiento y de equipamientos que den servicio a las personas que vayan a vivir en dicho 'hito'.
Gómez huye de las «medias tintas». «Es preferible un edificio de 30 plantas con espacio libre alrededor que colmatar la ciudad con varios edificios de doce o catorce plantas», afirma. En zonas densamente pobladas, como el barrio de La Laguna, una construcción así no haría sino colapsar la vida de sus vecinos.
Respecto a otros grandes proyectos arquitectónicos pendientes en la ciudad, como el nuevo Hospital, la Ciudad de la Justicia o la nueva Subdelegación del Gobierno, no cree que haya que poner límites a la creatividad de sus autores, simplemente deben estar bien construidos, «y ya los gaditanos los harán suyos, que es lo que han hecho con todo lo que han ido heredando a lo largo de la historia».
(Publicado en La Voz de Cádiz)

lunes, 22 de julio de 2013

Caletilla de Rota por Fernando Orgambides

Caletilla de Rota
Sopla viento de poniente en Cádiz. Y su brisa desfila como ejército vencedor por sus estrechas calles. Como un furtivo postulado brilló el mechero de los cómplices, escribió Caballero Bonald. Y eternamente irradia un son de vida, que sentiría Carlos Edmundo de Ory. Como Caletilla de Rota era conocido otrora un hermoso rincón de la ciudad situado frente a la bahía que la necesidad defensiva transformó para siempre. Cuentan los viejos libros que hasta allí asomaba el Campo de la Jara, cuyos cultivos se surtían de aguas de un único pozo llamado también de La Jara. Esa caletilla debió recibir (y despedir) en su día a los faluchos de vela latina, y de mástil inclinado, que unían a estas dos poblaciones -ciudad una y villa otra- separadas por el mar. De entonces, sólo queda aquí el olor de la marina. Y un paisaje en línea anclado en el horizonte. A este rincón los tiempos incorporaron un jardín en el que florecen rosas y buganvillas. Y al que da sombra una arboleda que discurre por un paseo de tres calles al que los gaditanos llaman alameda porque en sus inicios se plantaron álamos. Desde que se trazó como tal en el siglo XVII ha sufrido diferentes modificaciones que no han llegado a trocar su belleza. Y pasear por allí es como navegar costeando un vergel al ritmo que marcan los vientos, que cuando es de poniente surge fresco (y ligero) e invita a entrar en la ciudad por cualquiera de las calles que allí desembocan. Bendición de Dios. Vea Murguía. Calderón de la Barca. Fernán Caballero. Y Buenos Aires. En tiempos que yo no conocí hasta ese lugar llegaba un tranvía de tracción eléctrica que en verano se transformaba en jardinera. Pero en tiempos que sí conocí había allí una elegante fonda de nombre Bahía cuyos huéspedes concurrían junto a su puerta principal en amena conversación veraniega apostados en butacas de ratán trenzado. Paseo en el atardecer de este mes de julio por este rincón de Cádiz ya camino de sus calles interiores recordando otros tiempos. Y reconstruyendo, ayudado por la memoria, un paisaje de infancia que sé que nunca volverá, aunque en cada momento, y en cada paso, se conjuga de forma espontánea el presente. Tal vez porque estas calles conservan con celo su historia. Y tal vez también porque la muerte nunca es del todo completa si el recuerdo se mantiene imperecedero. En vano recorremos la distancia que queda entre las últimas sospechas de estar solos, escribió Caballero Bonald. Y el día que se rompa en pedacitos el enorme silencio del olvido será un eco anacrónico en mis noches, sentiría Carlos Edmundo de Ory. En Buenos Aireshay restaurantes que tienen nombre de viejos periódicos. El GloboEl Imparcial. Y en Cádiz había ultramarinos que también se reclamaban así. La UniónEl Sol. De mis tiempos de infancia eran estos últimos. Y también otros de referencia americana. Las Antillas, en la calle de San José. Y El Panamá, en la de Fernán Caballero. Yo inicié el parvulario en una pequeña academia de esta última calle. Con una maestra a la que llamábamos señorita Gloria. Y un maestro de nombre don Pedro. No sé por qué motivo, u ocasión, un día nos agasajaron con una Coca-Cola y un bollo dulce que por su forma de trenza era popularmente conocido como corbata. Y nos pidieron que esperáramos unos minutos a que un fotógrafo nos registrara a todos. Conservo esa foto. Y también el recuerdo de mi primer aprendizaje en lectura, de manera que cuando inicié la escolaridad en el Colegio de los Marianistas ya iba precedido de cierta ventaja. Ligera diría yo, porque al iniciar la primaria tocó leer de forma tan avanzada que, sobre un tablón caracterizado, nos iban introduciendo también en el idioma francés. Una silla, la chaise. Una mesa, la table. Y una casa, la maison.

(Leer la entrada completa en Blog de Fernando Orgambides )

domingo, 21 de julio de 2013

Un faro en Cádiz con luces de colores por Rafael Garófano

Un faro en Cádiz con luces de colores

Los cuatro faros conocidos de la ciudad han estado situados en la isleta de San Sebastián En el dibujo general de la capital gaditana de 1513 se representa en pequeñas dimensiones una torre
RAFAEL / GARÓFANO | Diario de Cádiz 

LOS faros conocidos de Cádiz, de los que tenemos imágenes, han estado situados en la isleta de San Sebastián y han sido cuatro. Aunque podrían ser cinco, si creemos que el dibujo que apareció en las excavaciones de la factoría romana de salazones (hoy en el museo), con forma de torre escalonada y resplandores en la cúspide, era la imagen de un faro real existente en Cádiz y, por qué no, también situado en la isleta de San Sebastián. Por no referirnos a las imágenes de los grabados que, basados en leyendas, representan una enorme torre, rematada por una resplandeciente figura dorada, que señalaba a los navegantes la situación de nuestra bahía. 

Aunque ya en el dibujo general de la ciudad de Cádiz de 1513 se representa en muy pequeñas dimensiones, la primera imagen nítida de una torre en la isleta de San Sebastián la tenemos en el grabado del alemán G. Hoefnagel de 1564. Una torre, que había sustituido a una anterior ya medio arruinada, que los venecianos construyeron a la vez que la ermita a San Sebastián, hacia 1457. Pero un gran temporal, en 1587, echó abajo la mayor parte de esta torre, que ya aparecía resquebrajada en el grabado de Hoefnagel. Teniéndose información de que sobre ella, en un capitelillo en forma de linterna, al caer la noche se hacía un pequeño fuego de alquitrán o de leña, que era la señal para que se encendieran otros, en la torre de la almadraba (en Torregorda) y en las sucesivas atalayas distribuidas por la costa hasta el estrecho de Gibraltar. Si se descubrían barcos enemigos "se disparaba una pieza de artillería, tantas veces cuantos baxeles descubra y si era de día además se hacía la seña con ahumadas". 

Poco después comenzó la reparación de la torre, pero el mal oficio del alarife que dirigió la obra hizo que volviera a caerse cuando ya estaba casi terminada. Una circunstancia que explicaría el que cuando en 1596 se produjo el asalto anglo-holandés a Cádiz, se dijese que, en aquel momento, la torre no estaba en condiciones para soportar piezas de artillería. En 1598, Agustín de Orozco decía que estando la torre medio derribada "aún sirve para hacer atalaya y fuegos". 

En 1612, bajo las órdenes de Juan de la Fuente Hurtado, se edificó una sólida torre de nueva planta, dentro del plan de torres atalayas de Felipe II para las costas de Andalucía, colocándosele un gran farol en lo más alto. Sus funciones militares y de señalización naval eran demasiado importantes para una ciudad como Cádiz, siempre oteando el horizonte esperando las gracias del nuevo mundo o las desgracias de los ataque enemigos. En 1706, el francés Labat, describiendo las defensas militares de la ciudad, decía que, al final de una fila de rocas "hay una torre para descubrir el mar con una linterna o fanal para servir de guía a los barcos por la noche". 

Años después, en 1766, esta torre sufrió una reforma tan importante que podemos decir que se construyó una nueva torre, con un diámetro similar a la anterior (18,39 m), gran solidez de muros (5,85 m) y casi el doble de alta (38,50 m), con capacidad para soportar piezas de artillería y con una potente linterna. Esta torre, construida según proyecto del ingeniero militar Antonio Gaver, es la torre que podemos admirar en el modelo a escala que, entre 1777 y 1779, realizaron artesanos gaditanos para Carlos III bajo la dirección del ingeniero militar Alfonso Jiménez (la maqueta de madera de la ciudad que se expone en el Museo de las Cortes de Cádiz). Una torre que registraron los primeros fotógrafos a partir de 1862 y que, a su vez, se convirtió en privilegiada atalaya fotográfica para captar la vista panorámica de la ciudad. Magnífica torre-faro derribada por orden militar durante la guerra de Cuba, en 1898, por la ocurrencia de que podía ser una referencia para los navíos norteamericanos cuando viniesen a bombardear Cádiz. Circunstancia por la que la ciudad y la bahía se quedaron sin torre marítima hasta que en 1813 se edificó "la cuarta torre", en este caso de estructura metálica y luz eléctrica, que es la que ahora cumple cien años con el desafecto de los gaditanos, que, en mi opinión, como en ella no se puede ni entrar ni subir, más que como simbólico falo paternal del que sentirnos comúnmente orgullosos, siempre se ha visto como un frío "instrumento mecánico" que no merecía… ni ser citado poéticamente en las coplas de carnaval (prueba irrefutable). 

Pero antes que esto ocurriese, en 1887, la ciudad de Cádiz emprendió un proyecto extraordinario: hacer una Exposición Marítima Internacional, con la que demostrar a la sociedad española y al gobierno que las poblaciones de la bahía tenían condiciones y capacidades, industriales y comerciales, para ser la sede de unos grandes astilleros privados (si se le daba la concesión para construir los tres cruceros que la marina española necesitaba). La sociedad gaditana, las administraciones públicas y las entidades privadas, se volcaron al unísono para preparar los terrenos y edificar los pabellones de la exposición en la zona de la Punta de la Vaca y la antigua dársena Lacaissagne (donde hoy, aproximadamente, se sitúan los astilleros). Pero además de siete grandes pabellones militares, industriales, artísticos y comerciales, cafeterías y restaurantes, se levantaron dos potentes elementos marítimos tan decorativos como simbólicos: Una especie de tribuna para la música, en medio de la plaza de la marina, imitando el puente de un buque con toda su arboladura y una torre-faro, obra de la Compañía Trasatlántica. Una torre de algo más de dieciséis metros de altura, construida con carbón piedra, armazón de madera y una escalera interior de caracol que permitía subir al público a la lucerna de cristales de colores que, con un potente foco eléctrico, se iluminaba al anochecer. Algo de esto, pero más espectacular y engarzado con la historia, pensé yo, ingenuo, que se haría cuando se hablaba del Faro de las Libertades en el castillo de San Sebastián, con motivo del bicentenario de la Constitución de 1812. 

El faro de la Exposición Marítima de 1887, tan efímero como la exposición de la que formó parte, fue registrado por el fotógrafo gaditano Rafael Rocafull. Unas imágenes fotográficas que, "pasadas" a grabados (la fotomecánica estaba aún en sus albores), fueron impresas y publicadas por las mejores revistas ilustradas de la época. No obstante, hace poco he conseguido una pequeña colección de fotografías estereoscópicas sobre aquella exposición, realizadas por un anónimo aficionado, en una de las cuales se capta íntegramente aquel faro tan original y bonito como poco conocido.

jueves, 4 de julio de 2013

Futuro de babosas, por José Pettenghi


Anuncia el Ayuntamiento de Cádiz que pondrá durante el verano un barco cuya misión será recoger los plásticos y residuos "que trae el mar a nuestras playas". Singular ocurrencia municipal que sustenta la conjetura de que el mar es el origen de inmundicias que, traicionero, arroja a inocentes y turísticas playas. Por favor ¿Quién asesora al gobierno local en temas medioambientales? ¿Sabrá que todo residuo que expulsa el mar a la orilla ha sido previamente arrojado en él? El que haya tirado alguna vez una piedra al mar lo sabe: el mar tiene memoria y la devuelve. Tarde o temprano siempre la devuelve. No falla. Así que lo del barquito recogiendo residuos, si no se trata de fingir preocupación medioambiental, resulta de una frívola candidez. Resultaría más eficaz acabar de una vez con los repugnantes vertidos del Campo del Sur. Y también sería más beneficioso dejar de usar la playa como un parque temático donde todo vale: desde multitudinarias actuaciones musicales a barbacoas y concentraciones públicas que nada tienen que ver con la actividad playera. Aparte de unos inexplicables chiringuitos a escasos metros de la línea de bares del paseo marítimo. No, las colillas y los plásticos no los trae el mar. El mar sólo nos los devuelve. Por otra parte la iniciativa parece una burla inoportuna, ya que el partido del Ayuntamiento y de Madrid ha aprobado una nueva Ley de Costas, muy polémica pues antepone intereses privados e inmediatos a los intereses del futuro, y que seguro tendrá efectos perniciosos sobre la protección del medio natural. Pero aquí no pasa nada, nunca pasa nada, dentro de poco los rugientes aviones aturdirán otra vez la playa y el asesor del barquito, mientras recoge una colilla flotante, no sabrá que el mar tiene un 30% más de acidez que hace 150 años debido a que absorbe el CO2 producido por la quema de combustibles fósiles. Ello hace que los animales marinos tengan cada vez más dificultad para crear sus caparazones calcáreos. Lo que ya se conoce como "osteoporosis del mar". Ya saben, en el futuro sólo colillas y babosas.

(Publicado en Diario de Cádiz )

miércoles, 3 de julio de 2013

Malo buenísimo por Rafael Román

BÁRCENAS en la cárcel, tabaco y alcohol suben, Griñán se va, España no es campeona, Magdalena Álvarez… pero hablemos de Un paseo. Cádiz. A journey, el libro buenísimo que ha escrito Malo de Molina sobre nuestra capital. Parece que todo está dicho sobre la ciudad de Cádiz, pero el libro de Julio Malo dice cosas nuevas. Teníamos Un Paseo por Cádiz de Miguel Martínez del Cerro, editado en Cádiz por Escelicer en 1966 y reeditado por Javier de Navascués en 2005. Es un libro artístico y culto y legible con facilidad. El escritor arcense Antonio Hernández escribió la Guía Secreta de Cádiz, 1979, un producto de la transición, con una excelente literatura y conocimiento de los problemas del día, desde las críticas al entonces posible Cádiz-3 al edificio de Galerías Preciados -un adefesio en Ancha-. Sin hablar de las exitosas guías especializadas bien artísticas o arquitectónicas de Jiménez Mata, Malo, CÉsar Pemán o Alonso de la Sierra, Javier Fernández Reina, escribió un libro, con mucha carga ideológica, La Ciudad Insular, 2001, en el que hace un recorrido literario estupendo, donde descarga su pensamiento: "Frente a las imágenes esperpénticas de la ciudad que nos venden… la isla urbana". Es una solvente reivindicación de la insularidad gaditana. 

La editorial Mayi -vinculada a la firma Jiménez Mena- ha hecho esta apuesta novedosa de una guía bilingüe -inglés y español- y ya eso indica un deseo, hasta ahora no transitado, de convertir el libro en carta de presentación de Cádiz en el mundo. Pretende poner a Cádiz en el camino de los nuevos viajeros del "Grand Tour" de la cultura globalizada. 

Julio es, ante todo, un hombre de gusto y el libro trasluce esa condición de principio a fin. El filósofo checo Karel Kosik defiende lúcidamente que la arquitectura permita vivir poéticamente en las ciudades. Cádiz -la ciudad histórica- tiene aún poesía porque la bestia triunfante se implantó fuera de las murallas en los años del desarrollismo. Pero esa parte de la ciudad también merece la poesía, no conseguida hasta ahora. 

José Antonio Hidalgo, autor del bien trabajado La Ciudad Soñada, de Quorum Editores, 2005 -con los grandes proyectos gaditanos nunca realizados- señaló recientemente otra lista de actuaciones pendientes, que tituló 'El listado de la vergüenza'. Julio Malo aporta una valiente filosofía para afrontarlas. Falta el presupuesto. ¡Casi nada!

martes, 2 de julio de 2013

El Olivillo. Por Julio Malo de Molina

Es de tan potente entidad la ciudad antigua de Cádiz que la percibimos como un palacio marino, sobre zócalo de murallas que bañan las aguas, cuyas diferentes estancias se organizan en torno a sus calles y espacios públicos a modo de corredores y patios. Esta homogeneidad ha permitido acoger con naturalidad estilos de diferentes épocas, lo cual representa un valor añadido a su sugestiva belleza. Así la arquitectura contemporánea forma parte de su patrimonio edilicio como no podía ser de otro modo en un centro que aún es corazón vivo del área metropolitana. El Movimiento Moderno, producto de las vanguardias de comienzos del siglo XX llega a Cádiz de la inteligente mano de Sánchez Esteve, Rafael Hidalgo y Manuel Fernández-Pujol durante los años treinta, con piezas como el cine municipal, almacenes Hermu y Casa Ponte, muestras aún vivas de integración de la modernidad en la trama. Especialmente sugestivo resultaba una parte del borde en el entorno mágico de La Caleta, con construcciones de enorme valor: Edificio Olivillo de Sánchez Esteve e Hidalgo (1943), Escuela de Enfermería de Juan Jiménez Mata (1969) y Escuela de Naútica de Zanón y Laorga (1970). Pero en un entorno tan bien resuelto la piqueta ha irrumpido con saña destructora.
Ya hace unos años que se derribó la Escuela de Enfermería, exquisita obra de Juan Jiménez Mata, sin que nadie alzara la voz pese a tratarse de uno de los escasos ejemplos en Andalucía de la línea Team Ten, interesante corriente renovadora del Moderno, surgida en el décimo Congreso Internacional de Arquitectura Moderna celebrado en 1956 en Dubrovnik. Este grupo, con personajes de la talla de Alison y Peter Smithson, José Antonio Coderch y Mathias Ungers, entre otros, lideran el pensamiento arquitectónico durante la segunda mitad del XX.
El Olivillo
El pasado día 25 la prensa anuncia la decisión de la Junta de Andalucía de demoler el Olivillo, pieza emblemática del periodo canónico del Movimiento Moderno (1920-1970) tal como se reconoce en el Registro del DoCoMoMo, Fundación Internacional para la Documentación y Conservación del Movimiento Moderno. Sorprende el abandono de tan importante construcción con el cual se pretende justificar su demolición, sobre todo si se compara con el cuidado y protección concedidos a un edificio tardo historicista como la Aduana de 1959, que no supera ningún análisis riguroso sobre su interés, y además de ocultar la bella fachada de la Estación de 1905, impide la recomposición de la plaza entre el acceso ferroviario y los muelles que pudiera significar un singular umbral de la ciudad al mundo. No menor disparate representa el absurdo cuento de que van a reproducir la fachada del Olivillo cuando se reedifique el solar resultante, una burla a la ciencia pues un edificio no es un escaparate. Y eso mismo cuentan de Naútica, también en estado de abandono para justificar su inminente derribo. Y ojo con el Hospicio, de lo mejor del Neoclásico andaluz, sin duda una de los monumentos esenciales de la ciudad, abandonado y en avanzado estado de progresiva ruina, cualquier día consideran justificado meterle la piqueta y luego montan un decorado más propio de Disneylandia que de la ciudad más antigua del occidente europeo.