Cuando España se derrumba en gran parte por obra del ladrillo, Tarifa pretende atar perros con longanizas bajo el mismo procedimiento. ¿Qué son 80.000 metros construidos sobre un total de 700.000?, preguntan los tecnócratas del pelotazo con el lápiz en la oreja. Venga cemento a un tiro de piedra de la majestuosa duna móvil de Valdevaqueros. Luego, arrieritos somos, dirán que será necesario ampliar la carretera y que para la ansiada reconversión de sus playas en Marina D’Or habrá que dotar de nuevas infraestructuras hoteleras y de viviendas –todo, eso sí, muy sostenible– a Atlanterra, a Torre de la Peña, a Cabo Plata y a Los Lances, en cuyas pioneras urbanizaciones a pie de playa ya abundan los carteles de se alquila o se vende. ¿A que no? ¿A que no se alquila ni se vende y acaba todo esto por matar a la gallina de los huevos de oro del turismo tarifeño?
Ay que ver cómo se ponen estos ecologistas perroflautas, reflexionará seguro el empresario Juan Leocadio Muñoz Tamara, quien ya pretendió cargarse la playa de El Palmar en Vejer con el grupo Tarje y llegó hacer acusado por cohecho en sendos proyectos, el de Alhendín en Granada y el de Bahía Luz en San Roque. La progresía y los conservacionistas ya le fastidiaron a los faraones la ampliación del puerto local para que cuatro millones de viajeros pudieran bajar al moro por Tarifa y no por Algeciras. Ahora, según cacarea la propaganda municipal, no quieren que los negociantes negocien ni los albañiles albañileen. Aquí vienen estos jipipijos a joder la marrana cuando ya se habían metido en el bolsillo al Ayuntamiento de Tarifa, con ese alcalde, Juan Andrés Gil, plusmarquista del transfuguismo que ha pasado por el PA, IU, TAIP y PP y que ahora denuncia supuestas conjuras contra su pueblo. El caso es que incluso les había dado una palmadita en la espalda esa Junta de Andalucía que bendijo el proyecto quizá porque los trámites se iniciaron en 2005, cuando el PSOE gobernaba allí aún. A ver qué jeta ponemos cuando las autoridades competentes nos digan que también tendremos que desdoblar la vieja carretera general para darle salida a tantos turistas, residentes y veraneantes como supuestamente acudirán a este panal de rica miel. Lo mismo saludan dicha noticia como una feliz recuperación del fomento de las obras públicas.
¿A quién le importa que falte agua en la zona y que este recurso se agote todavía más bajo la sed de piedra de este disparate con vistas? Tampoco es plan de ponerse a hablar de las aves migratorias ni del alto número de ojeadores que cada año vienen a verlas al Estrecho. O para qué citar la proximidad del enclave que va a urbanizarse respecto a dos parques naturales. A los promotores de ese nuevo Algarrobico también les gusta lo verde, pero en los billetes de 500 euros, los Binladen, como se les llama porque nadie común y corriente parece haberlos visto jamás El proyecto es legal, dicen. Otra cosa es que sea decente.
Tendríamos que celebrar los funerales del culto al hormigón armado, pero visto lo visto empecemos a entonar el réquiem por Valdevaqueros. Y por la poca vergüenza, propia o ajena.
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