De nuevo, con la llegada del otoño la gente llena el casco antiguo de Cádiz, fortaleza sobre la mar que baña su zócalo de piedra, cuyos corredores son esas tensadas calles a través de las cuales fluye una esencia aguda de vida. El desplazamiento desde las cálidas playas a la aglomerada ciudad vieja bajo un sol frío caracterizan un ciclo que se ha venido produciendo desde principios del siglo XX. Pero si hace poco, cuando los veraneantes ya habían partido, la ciudadanía local llenaba las terrazas y paseos de un centro no exento de cierto aire provinciano, recientemente se puede observar una transformación del paisanaje que parece haber adoptado un aire más cosmopolita, mediante una importante presencia de extranjeros, sobre todo europeos, ya sean jóvenes erasmus, maduros jubilados o visitantes más o menos ocasionales de toda edad y procedencia. Me lo cuenta un amable e ilustrado librero a quien visito con asiduidad pues siempre he sentido que la libertad bien puede ser una librería: «Antes no resultaba corriente encontrar extranjeros por las calles de Cádiz, ahora son muchos quienes acuden al establecimiento buscando documentación acerca de nuestra ciudad».
Me gustaría haberle podido contar esto a Fernando Quiñones, a quien Borges consideraba el mejor escritor español de su tiempo. En su día hablamos de la marginación padecida por Cádiz desde que el tráfico portuario de pasajeros se debilita, y con él nuestros muelles por los cuales pasaron tantos aventureros, exploradores, escritores, comerciantes, turistas y exilados, muchos de los cuales dejaron constancia de su obligada visita a la ciudad en libros y artículos, como Trotsky que embarcó en Cádiz rumbo a su exilio mexicano. Fernando me propuso trabajar en una antología de textos acerca de la ciudad por parte de intelectuales que la han visitado, trabajo sugestivo pues incluye autores de la talla de: Stendal, Richard Ford, Washington Irving, Hans Christian Andersen, George Borrow, Theophile Gautier, Giussepe Verdi, Julio Verne, Rainer María Rilke, Rubén Dario, John Steinbeck y Álvaro Mutis, entre tantos. Andersen relata su sorpresa al encontrar un carpintero joven «rubio como un nórdico, con mejillas sonrosadas y ojos azules» que procedía de un pueblo de Wurtemburgo. Rilke decidió las pinturas de la fachada de la casa del alcalde Blázquez y por eso la carta de colores de Cádiz tiene que ver con los de la Praga del poeta. Reflexionar acerca de los aires nuevos de la ciudad es también una manera más de homenajear a su trovador perdido.
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