
Sin embargo, el Doce ha sido, está siendo también, el año en que el nuevo absolutismo, el de los poderes económicos y financieros, está mostrando su cara más rotunda y opresora. Su despiadada firmeza y nuestro insolidario desapego han favorecido ya la pérdida de muchos derechos y libertades básicos. Está siendo el año en que más se ha incrementado el desempleo y con él la precariedad y el sufrimiento de muchas familias. El año de los sintechos y de los desahuciados sin contemplación. El del reparto de alimentos y el de los comedores benéficos. El año en que nuestros mayores comenzarán a ser más vulnerables y más pobres. En el que la educación, la salud y la justicia dejan de ser gratuitas y en consecuencia universales.
Por todo ello, hoy como hace doscientos años y más que nunca, hemos de disponernos a recuperar la dignidad que a diario se nos usurpa y sin la que no es posible acceder a la condición de personas. Menos aún a la de ciudadanos peligrosamente amenazada por el recorte de derechos. Flanqueando el puerto, emergen ya dos estructuras a modo de monolitos, vanguardistas columnas herácleas o faros de la libertad como se les ha denominado, destinadas a recordarnos -sin factos ya que nos distraigan y atolondren- la extrema necesidad de recuperar el sentir e ideales que auspiciaron aquel Doce y sin los cuales difícilmente encararemos el Trece y las nuevas amenazas que nos acechan. Al menos eso pienso yo que pretenderán nuestras autoridades al instalar el monumento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario