martes, 9 de octubre de 2012

Elogio de lo vulgar, por Julio Malo de Molina




Llevamos dentro el Mal en forma de gusto vulgar» sostiene Cernuda en su prólogo a la versión en castellano de la excelente novela de Dash Hammett, ‘Cosecha Roja’ (Alianza Editorial). También Cádiz deja bien visible la vulgaridad tras la demolición de la Comandancia de Marina, mediante la exhibición desvergonzada de una pieza de torpe factura que desde 1959 tapona la plaza que desplegaba la elegante estación a los salobres muelles de la Bahía, atractivo acceso a la ciudad desde la mar y desde tierra en su preciso centro, llegar a ella desde otro lugar hubiera sido como entrar en un palacio por la puerta de servicio. Si desafortunado fue desmantelar el umbral de la misma, más lamentable aún resulta que no se pueda recuperar simplemente por unas cuantas firmas desinformadas que inducen a la Junta de Andalucía a incluir el tosco edificio en el registro de arquitectura contemporánea contra el dictamen de los especialistas que lo elaboraron. El Edificio Aduana que la Junta evita demoler no supera ningún análisis riguroso de evaluación acerca de su interés arquitectónico, su pretendido valor como elemento caracterizado por el ornamento historicista presenta notables deficiencias de diseño y ejecución, tanto en su composición general mal proporcionada, como en sus detalles: pobre recercado de huecos, desmesurados pináculos que carecen de sentido estructural, débiles aplacados que no consiguen simular una sillería de piedra.
Si el gusto vulgar mutara en la belleza de la razón y la Junta autorizara la eliminación de ese estorbo, se podría recuperar así un singular espacio público, que revalorizaría el casco antiguo. Hasta que esa desafortunada edificación deformara el lugar, éste completa el avanzado modelo de ciudad lineal que articulaba el trasporte ferroviario con la industria y la residencia, del arquitecto ruso Nikolai Milyutin (1889-1942), mediante el valor añadido de espectacular remate que enlaza con la mar. Y así lo plantea el muy inteligente proyecto del arquitecto César Portela, en su día autorizado por la Administración Autónoma. Es triste que ese elogio de lo vulgar que oculta la bella estación antigua impida la definición de un vestíbulo de la ciudad al mundo, abierta a los cruceros que conforman esa bella fachada que muda cada día, nudo de intercambio y convivencia entre los muelles, el ferrocarril, la estación de autobuses, la lonja de pescado, el palacio de congresos y la plaza del Ayuntamiento, pocas ciudades disponen de un área de oportunidad tan sugestiva.

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