EL CABALLO DE TROYA
La realidad siempre se impone, y más en una ciudad como Cádiz, tan limitada en todos los aspectos: falta de espacio, falta de recursos, falta de capital, falta de materia gris. Ya ocurrió con la gran exposición de Pérez Reverte -ahora nadie se acuerda ni pide responsabilidades-. Fue, como suele ocurrir casi siempre, un brindis al sol. ¿Alguien mínimamente sensato podía creerse tamaña patraña? ¿Puede la ciudad permitirse esas cantidades de dinero en algo tan efímero como una exposición? ¿Había un lugar adecuado para ello? La respuesta a todo es no. Algo que el político no tiene por qué saber, pues para eso están los técnicos y sus asesores, pero que debe hacer valer sus compromisos sobre la base de una información y formación adecuada y correcta. No es el caso. La historia se ha vuelto a repetir -y por lo que me llega creo que no será la última vez- con el Castillo de San Sebastián. Un proyecto, en cierto sentido innecesario en relación a la Conmemoración del Bicentenario, pues el Castillo nada tiene que ver con la Constitución de 1812, pero que nadie se atrevía a señalar, hasta que la realidad se ha impuesto con su implacable sentido de la obviedad.
Dicho esto, no cabe la menor duda que se trata de un espacio interesante para la ciudad, que debe rehabilitarse -claro que sí- pero que también tiene importantes limitaciones, especialmente de acceso y seguridad, lo que continúa planteando serios problemas de solución casi imposible. Un espacio con ciertas posibilidades de ocio, pero que resulta inhóspito la mayor parte del año y cuya rehabilitación -como todo Cádiz- necesita algo más que una mera capa de pintura: necesita dinero, tiempo, regeneración humana y proyecto de futuro. Es lo que al final ha ocurrido: que el dinero no llega, que el tiempo se ha acabado, que los gaditanos somos lo que somos y que todo, al final, siempre es mucho más complejo que la palabra dada, pues del dicho al hecho hay mucho trecho. Por ello, me parece valiente y muy honesto reconocer por parte los nuevos responsables del Consorcio del Bicentenario que no puede estar completamente terminado para la fecha indicada. Es sentido de la realidad y criterio. Es dar una imagen seria, competente, capaz de decir no, frente al sí de otras administraciones y colectivos, cuyos resultados al final dejan mucho que desear. Y es que solo se puede mejorar la realidad conociendo cuál es la realidad, y nunca mirando hacia delante sin más horizonte que el efecto electoral más o menos inmediato.
Pero, por otra parte, tampoco importa tanto, pues como ya he comentado, la historia del Castillo de San Sebastián está poco o nada vinculada a 1812, por eso no debe ser una obra emblemática del Bicentenario. Un proyecto megalómano, bastante desmesurado, que al final, gracias a lo mal que se empezó, ahora queda en evidencia. Mucho más constitucional es, por ejemplo, el Castillo de Santa Catalina -por cierto, hoy propiedad del Ayuntamiento- donde estuvo encarcelado entre otros muchos ilustres doceañistas el primer bibliotecario de las Cortes, el extremeño Bartolomé José Gallardo, por la autoría del polémico y escandaloso Diccionario crítico-burlesco, la obra literaria más importante de aquellos precisos años que, entre otras cosas, inaugura la modernidad cultural y política en España. Conclusión: San Sebastián ha sido algo así como el regalo envenenado del Caballo de Troya que al final supuso la ruina de la ciudad griega. En este caso, menos mal que nos hemos dado cuenta a tiempo. Algo es algo, que no es poco.